Magia sucia: cuando el hechizo no pide permiso
La llaman magia sucia porque no luce velas limpias ni altares ordenados. Es la magia de los callejones, de las esquinas malditas, de lo que se oculta debajo del tapete de la espiritualidad refinada. Pero fue —y es— una de las formas más efectivas y arraigadas de hechicería práctica.
Se encuentra en los barrios bajos de Nápoles, en los mercados de Caracas, en los portales de Sevilla, en las frondas haitianas y en los descampados de Marruecos. Su lógica es simple: actuar sobre el cuerpo, el sexo, el miedo, la vergüenza y la necesidad. No hay pretensión: hay resultado.
Usa lo que repele: orina, menstruación, uñas, tierra de cementerio, sangre de animales, fotos rotas, trapos manchados, insectos, cabello sucio, comida podrida. Todo lo que ha tocado vida o muerte sirve para atraer, separar, proteger o destruir. No hay incienso: hay humo de tabaco, oraciones apretadas entre dientes y cuchillos sobre fotografías. No hay cuarzo: hay clavo oxidado.
El poder de esta magia reside en que no finge. Nació de la urgencia, se transmitió en susurros, y aún hoy se practica en silencio por quienes no tienen tiempo para endulzar el rito.
Si te acercas a esta senda, hazlo sin arrogancia. No desde el juicio, sino desde la escucha profunda a lo que ha sido relegado. Porque en cada elemento repulsivo, hay una clave vibracional que muchas escuelas limpias no se atreven a tocar.
Y sin embargo, es ahí donde a menudo arde lo real.
Jean-Luc Darnay
Miembro fundador de Arcane Domus
Investigador Tradiciones Esotéricas, especialista en Simbolismo Hermético
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