El arte de cruzar umbrales: magia y transformación
"Sin la llave, el Umbral siempre será Muro"
Hay puertas que se cruzan sin pensarlo: el marco de una casa amiga, el dintel cotidiano de lo que damos por seguro. Y hay otras que nos exigen una pausa: puertas que no son simples accesos, sino territorios liminales, donde lo que está dentro y lo que queda fuera dejan de estar claros.
En la tradición mágica, el umbral es algo más que un espacio: es un cuerpo vivo. Los romanos lo llamaban limen, y de ahí deriva el concepto de “lo liminal”, aquello que existe en el límite, entre el orden conocido y el caos que aún no hemos conquistado. Allí habitaban dioses como Janus, el de los dos rostros, guardián de todo comienzo. Allí Hécate alzaba sus antorchas, iluminando la encrucijada donde el viajero debía elegir si avanzar o retroceder.
Cruzar un umbral siempre tiene precio. No necesariamente de monedas: el precio suele ser más sutil, más íntimo. Quien atraviesa deja algo atrás, aunque no siempre sepa qué.
El relato popular habla de "El Mercader de Ifásán", aquel que no vende objetos sino experiencias, que comercia con deseos y ofrece siempre más de lo que parece. Quien entra en su mercado rara vez sale siendo la misma persona: no porque haya comprado, sino porque ha sido probado. Así funcionan los espacios verdaderamente liminales: no nos reciben como clientes, sino como intrusos. Y si aceptamos la invitación, algo en nosotros cambia para siempre.
Quizás por eso los umbrales inspiran tanto temor como deseo. Porque nos llaman, y a la vez nos advierten: “Si entras, ya no volverás intacto.”
Las puertas, cuando son verdaderas, respiran. Y no se trata de abrirlas: se trata de escuchar si nos reconocen dignos de cruzarlas.
Soror Velkra
Custodia de las Formas Veladas · Miembro de Arcane Domus
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