EL SILENCIO COMO HECHIZO: callar para poseer el mundo
Hay un poder que no se pronuncia y, sin embargo, gobierna. Ese poder es el silencio. En toda tradición iniciática, callar nunca fue un accidente: fue la primera disciplina del alma.
En los misterios eleusinos, donde las semillas de Deméter y Perséfone ocultaban el secreto de la vida y la muerte, los labios sellados valían más que cualquier palabra. El iniciado sabía que, si osaba revelar lo visto en la oscuridad del Telesterion, el misterio se desvanecería como humo. Plutarco advertía: lo sagrado no se explica, se guarda en el cofre del silencio, porque la revelación pierde fuerza cuando se exhibe desnuda.
En la brujería popular, la misma ley se repetía: un conjuro contado es un conjuro muerto. Las ancianas lo decían claro: “Lo que no se habla, obra; lo que se dice, se escapa.” Así, el secreto transmitido en susurros nocturnos sobrevivía más que las palabras lanzadas en plaza pública.
El silencio ritual no es vacío, sino contención de fuego. En el tantrismo, el mauna no es ausencia de voz, sino su condensación. Cada respiración en silencio es un cántaro donde se acumula el poder. En Occidente, el hermetismo supo lo mismo: Hermes no gritó sus verdades, las codificó en símbolos herméticos, asegurándose de que solo el iniciado que callaba y observaba pudiera descifrarlas.
Callar no significa reprimir. Significa acumular voltaje mágico. En ese espacio, el silencio deviene círculo de hierro, espejo sin nombre, umbral entre lo humano y lo divino. Quien calla sostiene el misterio, y el misterio lo sostiene a él.
No hay hechizo más alto que este: saber cuándo hablar, y cuándo dejar que el silencio embruje al mundo. Pues en la pausa se gesta lo inefable, y es en los labios sellados donde la verdadera magia late como un tambor invisible.
Helena V. De Lorme
“Allí donde el mito calla, la historia susurra.”
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